Como sé que a los niños les encantan las cochinadas, copio aquí este texto que escribí para "Páginas", una estupenda editorial dedicada a los libros de magia: www.librosdemagia.com .
Se trata de la vida y obra de un artista singular, Joseph Pujol, que triunfó en Paris dando conciertos... de pedos.
Ésta es la fascinante, aunque no muy romántica historia de Joseph Pujol, "el pedómano". Este sujeto vino al mundo en Marsella, en 1857. Siendo niño descubrió que poseía unas facultades extraordinarias en su maquinaria gastrointestinal, cuando estando bañándose en la mar, sus esfínteres se abrieron mágicamente, tal que la cueva de Alí Babá, y absorvieron una inusitada cantidad de agua. Una vez acabado el chapuzón, expulsó Joseph hacia la arena, para pasmo de los allí presentes, y por donde había entrado, todo aquel líquido.
Siguieron sus experiencias anales en el ejército, donde unió a esta habilidad la de emitir pedos con diferentes intensidades y tonalidades, lo cual era, al parecer, muy valorado por sus superiores. Cuando dejó la milicia, Pujol se abrió campo en el bello arte de la panadería, oficio que compaginaba con alguna que otra actuación músico vocal en los garitos nocturnos de su ciudad. Sólo se decidió a incluir la pedofonía en sus shows cuando los más allegados, privilegiados conocedores del secreto, le auguraron enormes éxitos en el music-hall. No se equivocaban, pronto la proezas de nuestro panadero con los gases le fueron abriendo camino en los mejores escenarios de Francia, hasta que llegó la culminación, el sueño de cualquier artista: El Moulin Rouge... Esos sí que eran buenos tiempos...
Las crónicas cuentan que el teatro contrataba enfermeras para que atendieran a los espectadores atacados en exceso por la risa mientras "el pedómano" hacía de las suyas. Era capaz de imitar las ventosidades de una niña, de una muchacha, de una recién casada, el ruido de un cañón -esto era la bomba, al parecer-, de una traca de diez segundos de duración, que se dice pronto... y el clímax de su espectáculo: la música. No sabemos qué hubiera dicho Chopin al comprobar que Pujol era capaz de recorrer con sus pedos toda la escala, do-re-mi-fa-sol-la-si-do, el tío. Y no satisfecho con eso, se introducía un tubo recto por el idem y tocaba bellas melodías sin desafinar ni un medio tono.
La primera Guerra Mundial cambió las cosas en el planeta, incluido nuestro artista. Hubo de retirarse a su panadería, pero mientras confeccionaba croissanes, le recorría por las entrañas, las mismas que tanta fama le dieron, la seguridad de que pasaría a los anales -nunca mejor dicho- del espectáculo.
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