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El blog de Angel Idigoras



El topo de Krahe PDF Imprimir E-mail
Miércoles, 20 de Octubre de 2010 19:34


Javier Krahe, este señor que he pintado, es uno de mis cantautores preferidos. La mayoría de sus canciones están pensadas para los adultos, pero rebuscando entre ellas, he encontrado una  que quizá guste a los más jovencillos también. Lo mejor de tener aquí un blog es poder compartir con vosotros mis gustos.
Os dejo con "El topo".
http://www.youtube.com/watch?v=nw1OTAT_mzw

 
Emmett Kelly PDF Imprimir E-mail
Martes, 05 de Octubre de 2010 23:40

Éste que estáis viendo es uno de los dos o tres payasos más importantes de la historia, se llamaba Emmett Kelly.
Nació en 1898 en Kansas, cuando aún se podía ver en el polvo de la calle las pisadas de las vacas que conducían los cowboys. El primer sueño de Emmett fue ser dibujante. A los 22 años garabateó un dibujo que iba a llevarle a la historia, se trataba de un vagabundo con el sombrero abollado, harapos con remiendos, botas con la suela despegada, que parecían bocas que hablaran a cada paso enseñando los dedos de los pies. Weary Willie fue el nombre que recibió aquel personaje mal afeitado y tristón. El dibujo se quedó guardado en algún cajón y en la memoria de su creador.
Emmett compartía su afición al dibujo con la del circo. Poco después de dibujar a su vagabundo se le podía encontrar, si uno miraba para arriba, viéndole dar volteretas en el trapecio. Allí, en el aire, conoció a su mujer y ambos se dedicaron a retar juntos la ley de la gravedad trabajando de pareja artística y trapecística.
Cuando ella quedó embarazada, Emmett tuvo que seguir solo con sus volatines y  buscar otro trabajo que le diera algunos dólares más. Entonces se hizo payaso. Al principio los jefes no quisieron saber nada de aquel dibujo que había creado años antes: "¿Un vagabundo? ¿Quién va a reírse con las penas de alguien?", preguntaban horrorizados ante la idea. Así que Emmett Kelly se convirtió en carablanca. Sólo años después, cuando la gran crisis arruinó a miles de personas y las calles tenían más vagabundos que esquinas, aquel dibujo tuvo una oportunidad de convertirse en persona. Toda una revolución en el mundo del clown, entonces tan aficionado a las lentejuelas y los maquillajes exagerados que asustaban a los niños,  Había nacido, ahora en carne y hueso, Weary Willie, que hasta entonces vivía en un papel.
El bueno de Emmett llegó a ser uno de los artistas más populares de Estados Unidos, como podéis comprobar en este vídeo de abajo, que reproduce un concurso de la tele en el que los participantes debían adivinar, con los ojos cerrados, la identidad de un famoso.
Quizá la enseñanza más importante de Emmett Kelly consiste en que hasta en la tristeza puede haber risas.
http://www.youtube.com/watch?v=Nop6Aoee-HU

 
Daja-Tarto, el fakir de Cuenca. PDF Imprimir E-mail
Martes, 20 de Julio de 2010 17:30

Cualquier tratado sobre personajes estrambóticos quedará incompleto si no incluye en lugar destacado a este singular sujeto de estómago acorazado y piel de hormigón, el enigmático Daja-Tarto, el fakir de Cuenca.
Cuando Gonzalo Mena Tortajada descubrió que su cuerpo podía soportar todo tipo de aberraciones sin sufrir más que un picorcillo, y decidió ganarse la vida con el fakirismo hindú, tuvo la brillante ocurrecia de cambiarse de orden las letras de su segundo apellido, y pasar a llamarse Daja-Tarto, que ya era nombre digno de un cazador de dragones asiáticos.
Hasta entonces, tuvo que contentarse con cazar lagartijas en Cuenca, donde había nacido en 1904 y donde vivió los diez primeros años en compañía de sus cuatro hermanos.
Luego, cuando su padre cambio su oficio de sastre por un plaza como portero en la Dirección General de Seguridad, la familia se trasladó a Madrid, donde Gonzalito hizo gala de un carácter tan levantisco que acabó con sus huesos en un correccional.
Allí pasó los dos siguientes años, hasta que las ganas de aventura le rebosaron por las orejas y se escapó para cumplir su sueño. Él sería torero, se decía mientras vagabundeaba, se anunciaría en grandes carteles como "Arenillas de Cuenca" y los aficionados se quitarían a su paso el sombrero con una reverencia. Encontró un trabajo como botones de un hotel, pero cuando podía, cogía una maleta y se largaba a los pueblos en feria, en busca de una oportunidad que no llegaba.
Entretanto, a Gonzalo se le metió en la cabeza viajar por le mundo y llegó, embarcado como polizón, hasta Melilla, donde se empleó como pinche de cocina del ejército español, que se encontraba guerrenado con las huestes de Abd-El-Krim.
A su vuelta se dio cuenta de que ser torero le sería tan difícil como ser premio Nobel de Química, así que decidió hacerse fakir. Ocurrió la cosa cuando cayó en sus manos un libro titulado "Misterios de la India", que le dejó las entendederas bengalíes y el Tortajada de su apellido revuelto. Había nacido Daja-Tarto.
Sus comienzos como fakir fueron modestos, limitándose a masticar pequeños pedruscos, género menor de ferretería, alguna cuerda, algún cristal... Así fue convirtiendo sus dientes en una máquina que reducía a confetti los elementos más macizos de la naturaleza.
Inmediatamente convenció al empresario del Circo Prize de que alguien con esas muelas de oro merecía un hueco en la función, con danzarinas orientales y todo, de manera que, allá por 1927, debutó ataviado de marajá, con ropas de seda, un turbante multicolor y moviéndose con los gestos pausados que se suponía propios de un prohombre de Kapurtala.
Los manjares que merendaba el fakir ante el público que asistía a sus reprentaciones con las tripas revueltas, consistían en cuchillas de afeitar, cigarrillos, cerillas encendidas, yeso, cemento y otros ingredientes nunca recomendados por la dietética. Siendo complicado meterse en el cuerpo estas sunstacias, aun lo era más poderlas sacar de allí.
Un fabuloso laxante, más propio de la prescripción veterinaria, contribuía al desalojo de aquellos alimentos, pero era ineficaz con el cemento, cuyos restos le sombreaban el semblante de un gris mustio que a duras penas expulsaba provocándose el sudor con el abrigo excesivo.
La gastronomía tosca no era ni mucho menos la única he las heroicidades de Daja-Tarto. capaz de sostener sobre su cuerpo pedruscos de ochenta kilos, tumbado sobre un montón de cristales, subir descalzo por escaleras con peldaños formados por sables o permanecer enterrado bajo la arena de una plaza de toros hasta que acabara la corrida.
La segunda y última vez que practicó esta insensatez se entretuvieron los morlacos más de lo previsto, tanto que el fakir creyó que allí acabarían sus días, víctima de la asfixia. Cuando los operarios le sacaron del boquete, más parecía la figura de cera con la que el museo de idem de Madrid le homenajearía años más tarde que un hombre de carne, hueso y restos de cemento.
Su otra experiencia tauro-fakirista, no más cuerda, consistió en el intento fallido de hipnotizar en medio de una plaza a un toro bravo, que no entendiendo ni palabra de espectáculos hindúes le embistió con un cuerno en la mejilla. Suerte que para entonces ya encontraba el consuelo de su esposa, Dionisia Gallardo, ex Miss Castilla, que decoraba las actuaciones del artista con sus redondeces.
Cuando estalló la guerra civil, Daja-Tarto fue reclutado por la fuerzas nacionales para solazar a las tropas y para espiar a las gentes del espectáculo. Por este tiempo le ocurrió el accidente más absurdo de la historia del fakirismo. Como tantas veces, se dispuso a tragarse su ración de cemento, pero en esta ocasión se trataba de cemento rápido, que nada más llegó a la saliva se convirtió en un mazacote sólido que aprisionó la dentadura superior e inferior del ejecutante. Sólo a golpes de martillo y cincel pudo romperse aquel monolito, para que Daja-Tarto pudiera mover la boca de nuevo.
Al acabar la guerra actuó en el itinerante Circo Imperial en tanto se terminaba la reconstrucción del bombardeado Circo Price, escenario que fue de sus éxitos más clamorosos hasta que la aventura volvío a llamar a su camerino. Entonces metió los pinchos y junto a la fakira Dionisia y las Tinokas Sisters, sus dos hijas, que se dedicaban a la doma de gatos, se marchó a Portugal, donde a poco de llegar fue aclamado como leyenda viva del espectáculo.
La carrera de Daja-Tarto ascendió de forma tan repentina que el éxito se le subió al turbante y comenzó entonces a llevar un vida más propia de un magnate arábigo que de un tragasables casi hindú. El sueldo se le escapaba a Daja-Tarto con tanta rapidez como si el laxante, ademas de desalojar las tuercas que masticaba, hiciera lo propio con el dinero. La afición al bingo del matrimonio Tarto, además de fulminar el resto de sus ahorros, les hizo acumular tal cantidad de deudas que el fakir se vio obligado a empeñar hasta las muelas de oro con las que mordía el cemento. Como no encontraba digno bebérselo en público con una pajita, tuvo que ingeniar otra hazaña con la que recuperar algo de sus ahorros.
La idea que le apareció en su cerebro hubiera sido rechazada por cualquier persona mínimamente cautelosa, pero no era éste el caso, de manera que se subió a un madero y se hizo crucificar en Coimbra durante cuatrocientas horas.
Como el público acudió en masa a presenciar el fenómeno, y como Dionisia recaudó un buen capital, cuando acabó la hazaña pensó en aprovechar que tenía agujereadas las palmas de las manos para futuras crucifixiones, de modo que mandó construir a un herrero unos clavos que pudieran encajarse, mediante una tuerca, a una rosca incorporada a los orificios de sus manos.
El invento fue un fracaso de tal calibre que a punto estuvo de costarle la amputación, porque el metal infectó las extremidades del fakir, que acabaron por gangrenarse.
Sólo una iluminación divina que sobrevoló por la cabeza de Daja-Tarto le libró de perder las manos, al recomendarle un espiritu que introdujera sus heridas en una pócima cocinada con azufre y no sé qué otro tipo de potingues, disueltos en agua hirviendo.
Los sabios doctores no supieron explicar cómo el fakir pudo salvar las manos que ellos habian condenado al abandono del resto del cuerpo. El caso es que con todos los miembros de su cuerpo, incluidas las muelas de oro que había recuperado, pudo proseguir su carrera de esperpentos.
Se encontraba nuestro artista en un ensayo, entretenido en itroducirse un estilete por un agujero de nariz, cuando uno que pasaba tropezó con su codo, y el chisme aquel viajó por los conductos internos hasta provocarle un desprendimiento de retina.
Este último percanze se unió al anterior de las roscas y las tuercas, que había dejado sus secuelas, de forma de que Daja-Tarto se vio obligado a descansar de tanta chifladura masoquista y tuvo que dedicar sus energías a ocupaciones menos peligrosas, como la de actor que quinta o sexta fila en películas horrorosas o intervenciones esporádicas en la tele, donde seguía exhibiendo la manera de comerse un tentempié de bombillas.
Algún editor filántropo debería volver a editar esa agotadísima cima del pensamiento castellano-hindú como es su autobiogrfía: "Memorias del enigmático fakir Daja Tarto", para solaz general, o bien el igualmente extinguido tratado de "Parapsicología y espiritismo. Relata y soluciona casos sucedidos en la tierra por espíritus malignos. Seduce. Intriga. Emociona. Fascina. El fakir Daja-Tarto, psiquiatra del antiguo centro Platón de Madrid" donde narra los delirios filosóficos que su atribulado cerebro fantaseó en los últimos años de vida.
Daja-Tarto murió en 1988, habiendo formulado como último deseo que el ataúd que le acogiera para pasar la eternidad estuviera forrado de cristales machacados y que su cuerpo fuera envuelto en papel lija.
Algunos años antes había desaparecido el Circo Price para que en su solar se convirtiera una entidad financiera. Se extiguen los fakires, los circos se convierten en bancos... Así va el mundo

 
¿Quién fue el verdadero mago de Oz? PDF Imprimir E-mail
Martes, 15 de Junio de 2010 12:12

Hasta que dio con su mago, la producción literaria de Frank L. Baum se limitaba al "Manual de la cría de gallinas", obra que no le aportó gran prestigio en el mundillo intelectual norteamericano. Eso vino después, y se empezó a fraguar un buen día, mientras narraba un cuento a los más pequeños de su casa según lo iba inventando. Una oyente quiso saber cómo se llamaba aquel mago al que iban a buscar Dorothy, el espantapájaros, el león y el hombre de lata. Baum miró a los objetos que había en su despacho y encontró dos archivadores de esos que guardan los papelotes por sus iniciales. Uno llevaba en el lomo un letrero con las letras A-N, el otro, O-Z. Ahí estaba el nombre del mago: Entre "El mago de An" y "El mago de Oz", eligió la segunda opción. Eso cuenta al menos la leyenda.

Otras crónicas aseguran que el autor del libro se inspiró en alguien de carne, hueso e intestinos para crear al personaje del mago en cuestión.

Pero los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre quién pudo ser este individuo que se quedó a vivir en la historia dentro de un cuento.

Algunos dicen que fue, ni más ni menos, que el famoso ilusionista Harry Kellar, uno de los más grandes de la Historia de la Magia. Es fácil suponer que Baum y Kellar llegaran a conocerse, puesto que sabemos que el primero vivía en Syracuse, y que el segundo llegó a actuar en esa ciudad. Baum era más que un mago aficionado, de hecho ideó y fabricó ilusiones muy efectistas cuando el éxito de su libro le animó a llevarlo a las tablas, así que nos lo podemos imaginar en la fila de la taquilla del teatro, ansioso por hacerse con una butaca cerca del escenario para empaparse de los prodigios del gran Kellar. Un detalle no recogido en la peli anima a pensar que el mago de Oz se inspirara en el más importante ilusionista de la época: ambos magos, persona y personaje eran calvos, muy calvos. "Soy capaz de cualquier cosa, salvo de que crezca el pelo en mi cabeza", repetía en ocasiones Kellar, a modo de lema personal.

A pesar de lo que pudiera parecer, esta hipótesis no es descabellada, al menos, es menos "descabellada" que sus protagonistas. Aunque la siguiente tampoco está mal... El mago de Oz desaparece de la historia a bordo de un globo aerostático, quizás lo recordéis. Nunca más se supo nada sobre él.

Justo lo que le sucedió al "Profesor Donaldson", nombre de un mago, ventrílocuo, espiritista y funambulista que tuvo la ocurrencia de sobrevolar el lago Michigan en un cacharro de esos en un día de tormenta. Jamás se volvieron a tener noticias de Washington Harrison Donaldson. Su hazaña más destacada en el mundo de la aeronáutica consistió en que su globo fue escenario de la primera boda aérea de la historia.

Este Donaldson trabajaba en el circo de P.T. Barnum, el famoso empresario que se había empeñado en mostrar a toda Norteamérica lo más extravagante y asombroso que el planeta había sido capaz de alumbrar. Hay quien piensa que el mago de Oz no fue sino el tal Barnum, y apoya su argumentación en que, al igual que el ilusionista del cuento, éste caballero no gastaba escrúpulos a la hora de hacer pasar por verdadero lo que no eran sino patrañas, con tal de que el público acudiera en masa a sus carpas.

Otros eruditos dicen que el mago fue Thomas Alva Edison, quizás por aquello de los inventos –acordaros de los cachivaches que ideaba el personaje para dar el pego a la pobre Dorothy– y porque le unía al escritor del cuento la pasión por el cine.

Un tal John Hamlin, el empresario enamorado de la magia y de los elixires milagrosos que trasladó al teatro el cuento de Baum, y el líder de una extraña secta filosófica a la que pertenecía el escritor, de nombre William Phelon también han sido barajados como modelos del de Oz.

Quizás el escritor recogió un poco de cada uno, o quizás apareció, como un truco en la mágica mente de Frank L. Baum, igual que aparecieron en ella por las buenas un espantapájaros inteligente que creía no tener cerebro, un león valiente que no encontraba su valor y el más bueno de los hombres de lata, que desconocía que tenía corazón.

(Más información en "El mago de Oz: anotado" Frank L. Baum, anotado por Michael Patrick Haern. Prólogo de Martin Gardner–otro mago, por cierto.)
 
El inventor de maravillas -Segunda parte- PDF Imprimir E-mail
Lunes, 19 de Abril de 2010 01:21

Lewis Carroll nació en 1832 en Daresbury, una localidad de Chesire, donde los gatos desaparecen dejando en el aire una sonrisa con forma de luna. Fue el tercero de once hermanos, cuatro varones y siete hembras, todos zurdos y todos algo tartamudos. Si no nos lo encontráramos en las enciclopedias como escritor, seguramente aparecería allí como cualquier otra cosa.

Fue un matemático muy reputado. Cuando la Reina Victoria leyó "Alicia", quedó tan fascinada que ordenó que le trajeran todos los anteriores libros de su autor. La sorpresa de su Augusta Majestad fue bien gorda cuando leyó el título del libro que le hizo llegar: "Compendio de Geometría Algebraica Plana". No entendió ni una palabra, ni un número.

Además hizo grandes aportaciones al estudio de la Lógica, en particular a la lógica recreativa, con conclusiones y silogismos que llevan al absurdo, del tipo del que demuestra que un bocadillo de mortadela es mejor que la felicidad eterna (aunque éste creo que no es suyo), que se enuncia así:

  • Nada hay mejor que la felicidad eterna.
  • Un bocadillo de mortadela es mejor que nada, luego...
  • Un bocadillo de mortadela es mejor que la felicidad eterna.

Es conocida su faceta como pionero de la fotografía, arte al que aportó ingeniosas innovaciones.Disfrutaba fotografiando a niñas como Alice, en cambio no quería tener nada que ver con los niños, que si salían en sus relatos eran para ser convertidos en cerdos, en el mejor de los casos.

Además fue inventor de cacharros estrambóticos. Uno de los más recordados fe "el billar redondo", una obra de arte de la geometría. En esta disciplina no le fue a la zaga el extravagante inventor Teophilus Carter, creador de ese gran artilugio, hoy injustamente olvidado que fue la "Cama-despertador" que consistía, tal como puede deducirse del nombre, en una cama programada para que, llegada la hora, comenzara a incorporarse hacia una posición vertical hasta el punto en el que el durmiente era arrojado fuera de ella e iba a parar con sus huesos en el suelo, lo que probablemente le haría abandonar el sueño. Cuento esto porque, al parecer, Mr. Carter fue el personaje real en el que se inspiró Carroll para crear el personaje del Sombrerero Loco.

 

Entre otras 3.273 ocupaciones más, Lewis Carroll fue también un gran ilusionista.  No es infrecuente que los autores de literatura para los más jóvenes se hayan dedicado también a la magia. Dickens actuaba frecuentemente en público haciendo juegos de manos, por no hablar de los conocimientos sobre el arte del pick-pockett (el robo como espectáculo teatral) que reflejó en Oliver Twist. Frank L. Baum, el autor del mago de Oz, se encargaba de diseñar efectos de grandes ilusiones mágicas para las representaciones teatrales de sus obras, además de experimentar con éxito las posibilidades del trucaje del recién nacido cinematógrafo para lograr el desconcierto en el espectador. Saint-Exupery, el autor de "El Principito", sentía pasión por los trucos de naipes y nunca faltaron estos en los vuelos de su aeroplano. Quizás cuando se halle su cadáver en el mar en el que cayó su avión, siga viva su baraja, como esos perros fieles que esperan la vuelta de su dueño sentados frente a su tumba.
Pero la verdadera magia de nuestro amigo Lewis Carroll habitaba dentro de su cabeza, donde cocinaba todas las maravillas que os he contado y muchas más.

 
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