Martes, 15 de Junio de 2010 12:12 |
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Hasta que dio con su mago, la producción literaria de Frank L. Baum se limitaba al "Manual de la cría de gallinas", obra que no le aportó gran prestigio en el mundillo intelectual norteamericano. Eso vino después, y se empezó a fraguar un buen día, mientras narraba un cuento a los más pequeños de su casa según lo iba inventando. Una oyente quiso saber cómo se llamaba aquel mago al que iban a buscar Dorothy, el espantapájaros, el león y el hombre de lata. Baum miró a los objetos que había en su despacho y encontró dos archivadores de esos que guardan los papelotes por sus iniciales. Uno llevaba en el lomo un letrero con las letras A-N, el otro, O-Z. Ahí estaba el nombre del mago: Entre "El mago de An" y "El mago de Oz", eligió la segunda opción. Eso cuenta al menos la leyenda.
Otras crónicas aseguran que el autor del libro se inspiró en alguien de carne, hueso e intestinos para crear al personaje del mago en cuestión.
Pero los estudiosos no se ponen de acuerdo sobre quién pudo ser este individuo que se quedó a vivir en la historia dentro de un cuento.
Algunos dicen que fue, ni más ni menos, que el famoso ilusionista Harry Kellar, uno de los más grandes de la Historia de la Magia. Es fácil suponer que Baum y Kellar llegaran a conocerse, puesto que sabemos que el primero vivía en Syracuse, y que el segundo llegó a actuar en esa ciudad. Baum era más que un mago aficionado, de hecho ideó y fabricó ilusiones muy efectistas cuando el éxito de su libro le animó a llevarlo a las tablas, así que nos lo podemos imaginar en la fila de la taquilla del teatro, ansioso por hacerse con una butaca cerca del escenario para empaparse de los prodigios del gran Kellar. Un detalle no recogido en la peli anima a pensar que el mago de Oz se inspirara en el más importante ilusionista de la época: ambos magos, persona y personaje eran calvos, muy calvos. "Soy capaz de cualquier cosa, salvo de que crezca el pelo en mi cabeza", repetía en ocasiones Kellar, a modo de lema personal.
A pesar de lo que pudiera parecer, esta hipótesis no es descabellada, al menos, es menos "descabellada" que sus protagonistas. Aunque la siguiente tampoco está mal... El mago de Oz desaparece de la historia a bordo de un globo aerostático, quizás lo recordéis. Nunca más se supo nada sobre él.
Justo lo que le sucedió al "Profesor Donaldson", nombre de un mago, ventrílocuo, espiritista y funambulista que tuvo la ocurrencia de sobrevolar el lago Michigan en un cacharro de esos en un día de tormenta. Jamás se volvieron a tener noticias de Washington Harrison Donaldson. Su hazaña más destacada en el mundo de la aeronáutica consistió en que su globo fue escenario de la primera boda aérea de la historia.
Este Donaldson trabajaba en el circo de P.T. Barnum, el famoso empresario que se había empeñado en mostrar a toda Norteamérica lo más extravagante y asombroso que el planeta había sido capaz de alumbrar. Hay quien piensa que el mago de Oz no fue sino el tal Barnum, y apoya su argumentación en que, al igual que el ilusionista del cuento, éste caballero no gastaba escrúpulos a la hora de hacer pasar por verdadero lo que no eran sino patrañas, con tal de que el público acudiera en masa a sus carpas.
Otros eruditos dicen que el mago fue Thomas Alva Edison, quizás por aquello de los inventos –acordaros de los cachivaches que ideaba el personaje para dar el pego a la pobre Dorothy– y porque le unía al escritor del cuento la pasión por el cine.
Un tal John Hamlin, el empresario enamorado de la magia y de los elixires milagrosos que trasladó al teatro el cuento de Baum, y el líder de una extraña secta filosófica a la que pertenecía el escritor, de nombre William Phelon también han sido barajados como modelos del de Oz.
Quizás el escritor recogió un poco de cada uno, o quizás apareció, como un truco en la mágica mente de Frank L. Baum, igual que aparecieron en ella por las buenas un espantapájaros inteligente que creía no tener cerebro, un león valiente que no encontraba su valor y el más bueno de los hombres de lata, que desconocía que tenía corazón.
(Más información en "El mago de Oz: anotado" Frank L. Baum, anotado por Michael Patrick Haern. Prólogo de Martin Gardner–otro mago, por cierto.)
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